martes, 27 de agosto de 2013

Einstein y nacionalismo judío. Desencuentros

Comentario al libro 
“Einstein  - Israel. Una mirada inconformista” de Fred Jerome. Algón Ed. 2010

     Decía Einstein: “En Suiza nunca tomé en cuenta mi condición de judío. A mi llegada a Berlín adquirí la conciencia cuando fui testigo de  la discriminación y caricaturización que sufrían judíos respetables”.  Y en otro lado: “...me convertí en sionista no por nacionalista, sino por apoyo a los judíos discriminados en Rusia, Polonia, y actualmente en Alemania”.

     No deberían sorprendernos estas afirmaciones cuando las hemos escuchado en numerosas ocasiones con motivo de una súbita demonización de una minoría social. Recuerdo cómo una víctima bosnia nos relataba que de la noche a la mañana se vieron clasificados en razas y religiones de las que nunca habían sido conscientes. Las consecuencias todos las conocemos.

      Tampoco debería sorprendernos que ante la aparición repentina de una oleada de racismo y persecución se manifieste cierto grado de incomprensión y de desconcierto, incluso en las mentes más sobresalientes. Las opiniones van evolucionando conforme a los acontecimientos y al principio de realidad,  y los conceptos se matizan mientras se intentan mantener los principios fundamentales. 

     De este libro que aquí tratamos he sacado dos conclusiones sobre la postura de Einstein respecto a la cuestión judía. Por un lado su inquebrantable compromiso con un pueblo con el que se identifica y de cuyo sufrimiento es testigo directo. Y por otro lado su afán de mantener la libertad de pensamiento y la coherencia en sus posiciones internacionalistas, humanitarias  y pacifistas, que no anulasen la capacidad denuncia de lo que sabe va a provocar situaciones de violencia.
      
     Einstein, precisamente por haber alcanzado un reconocimiento internacional como científico, se ve interpelado a jugar un papel protagonista en el proyecto de asentamientos judíos en Palestina, tan necesitado de apoyos económicos en sus fases iniciales. Asume su papel, a veces con dudas y contradicciones, pero siempre con firmeza. Desde el principio mantiene una postura personal e incómoda entre el juego de intereses del imperialismo británico, las distintas sensibilidades entre los representantes judíos, y los derechos de los árabes nativos.
     
     Frente a un proyecto de estado judío, aboga por el  entendimiento que favorezca el progreso de ambas nacionalidades. Prevé que si no hay convivencia con los árabes la situación se volverá insostenible, como la historia ha dejado sobradamente demostrado.  Y frente a esas previsibles consecuencias le duele más la falta de sensibilidad hacia la justicia  que la falta de comprensión.  Los judíos siempre han recurrido a un derecho histórico que consideran incuestionable: “Dios prometió esa tierra a este pueblo”. Einstein insiste en que  es una reivindicación compartida por ambos bandos, y que mantenerla es negarse a la superación del conflicto.

     No vamos a negarle al personaje ciertas contradicciones  a lo largo del dilatado periodo en que se expresó su opiniones: A veces, mientras se declaraba feroz combatiente contra el nacionalismo,  a la vez se identificaba ferviente sionista (“judíos como comunidad de destino”, fórmula que en justicia habría que aplicar a la humanidad en su conjunto).  En otras ocasiones abogaba a la vez por el asentamiento ilimitado de judíos (que los nativos consideraban una invasión), y por otro se empañaba incansablemente por un proyecto común con los árabes.

     Pero a pesar de sus ambigüedades, casi siempre de tipo conceptual, y por mucho que lo hayan instrumentalizado, siempre se manifestó en contra de la división territorial de Palestina en dos estados , que calificaba de nacionalismo estrecho y que pronosticaba perjudicial especialmente para el futuro del  judaísmo.


     Esta era su propuesta más repetida: judíos y árabes debían trabajar unidos para construir una civilización semita común, que se  posicionara en un terreno neutral respecto al antagonismo Oriente-Occidente.
                                                                                                        Pepe de la Torre

domingo, 4 de agosto de 2013

El Tiburón se baña, pero salpica.




TRILOGIA SUCIA DE LA HABANA de Pedro Juan Gutiérrez. Edt Anagrama
                 Libro de relatos cuyas historias transcurren durante los años más duros del llamado  Periodo Especial cubano. Tras la caída del Bloque Socialista, Cuba deja de recibir materias primas como el petróleo, y maquinaria de la URSS.  Con el bloqueo económico de EEUU, no puede abastecerse. ¿Qué tenemos? hambre, escasez de servicios (cortes en el suministro de agua durante días), hacinamiento, falta de higiene (el jabón es un artículo de lujo). Este ambiente de miseria es lo que Pedro Juan Gutiérrez utiliza como materia literaria, jugando a exhibirse y dejando al lector el papel de mirón.
Utiliza el artificio en algunos relatos, de hacerlos autobiográficos, compartiendo su nombre, su anterior profesión, la de periodista, los diferentes oficios que  inventa para sobrevivir,  su afición a escribir; hasta le hace vivir en su misma casa, situada en la azotea de un antiguo edificio de Centro Habana. Así acorta la distancia emocional  con el lector; ya no sólo miramos sino que olemos, nos enfangamos y digerimos la miseria. “Atiendan cuidadosamente y cúbranse la nariz. Voy a picar las tripas. Les advierto que saldrá mucha mierda. Y apesta. Para quienes no lo sepan: la mierda apesta “( pág 210)
 Para Gutiérrez ser escritor es ser un “revolcador de mierda”……”Solo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o no  queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.”(pág 105) De alguna forma sus relatos me recuerdan (salvando las diferencias) a los esperpentos de Valle Inclán o a algunos grabados de Goya como: los “Caprichos” y “Los Desastres de la Guerra”. Porque deforman la realidad para mostrarla a través de los espejos en los que nos miramos. El hacerse pasar en sus relatos por protagonista es la forma de narrar el reflejo de su realidad
Orgulloso de su mestizaje, el autor juega con el idioma y con el sexo, sin complejos y sin pudor. El sexo es lo más socorrido que se tiene cuando se carece de casi todo. Y en el barrio donde vive, cerca de la antigua zona de prostíbulos de Centro Habana siempre se le sacó mucho partido. En sus relatos hay tanto sexo, que ya es lo de menos, lo que se agradece es la  celebración de vida que transpiran.
“En definitiva, así es como uno vive: por pedacitos, empatando cada pedacito, cada hora, cada día, cada etapa, empatando a la gente de aquí y de allá dentro de uno. Y así uno arma la vida como un rompecabezas”…..”Siempre he vivido como si yo fuera interminable. Quiero decir que destruyo y rehago todo continuamente”
Trilogía sucia de La Habana no es una novela, son tres libros de relatos y cada uno de ellos es un trocito de vida, un intento de supervivencia  en un mar revuelto.
Matilde Marín
Nota: el título de esta entrada es un dicho cubano que emplea el autor similar al español “Rio revuelto, ganancia de pescadores”