sábado, 21 de marzo de 2015

CALLE MAYOR.

El viernes fue un día especial para el ciclo Literatura y cine que venimos celebrando desde hace ya casi cinco años en la biblioteca Cristóbal Cuevas. Por primera vez nos hemos incorporado a la programación oficial del Festival de Málaga, por lo que la ocasión requería recordar uno de los grandes clásicos de nuestro cine: Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem.

En el páramo cultural que era la España de los años cincuenta, a veces surgían prodigios como Bienvenido Mister Marshall, Surcos o esta Calle Mayor, obras que, a su inmensa calidad cinematográfica unen el mérito de haber esquivado la omnipresente censura de la época, logrando mostrar un retrato fiel de un país triste y grisáceo, muy alejado del modelo oficial del cine franquista.

Nos encontramos en una pequeña ciudad de provincias, donde la vida está regida por la más estricta monotonía. La costumbre de los domingos por la mañana es pasear por la Calle Mayor, después de misa. Casi todo el mundo se conoce, es difícil dar un paso sin pararse a saludar a alguien. El sueño del aburrimiento egendra monstruos. Existe un pequeño grupo de hombres (el Guasa-club, en la obra original de Arniches), que dedican su tiempo a urdir bromas pesadas contra sus semejantes. El objetivo es sencillo: superarse en cada ocasión y echar unas risas. Es mejor no contar con muchos escrúpulos a la hora de planificar las bromas, porque si no perderían su esencia lúdica. En cualquier caso, simular un noviazgo con una mujer ya madura y soltera, que ha perdido la esperanza de vivir una gran historia de amor, suena demasiado cruel.

Pero esa es precisamente la labor que acepta Juan, un empleado de banca que no lleva mucho en la ciudad, para no desmerecer ante sus nuevos amigos. Juan es un hombre medianamente ambicioso: le gustaría hacerse con un buen puesto en la sucursal en la que trabaja y casarse con alguna muchacha de familia bien. Por eso no se comprende como acepta casi sin oponer resistencia emprender una tarea con la que, cuanto menos, se labrará una pésima reputación ante el resto de la ciudad (este es uno de los pocos peros que se le puede poner a un guión por lo demás impecable). Puede decirse que Juan es también una víctima en esta historia, víctima de una inmadurez colosal.

Por su parte, Isabel, vive en un mundo de decencia y devociones, por lo que se trata de la víctima perfecta. Al sentirse protagonista de la historia de amor tantas veces soñada, Isabel se encierra en un mundo de fantasía, en el que es incapaz de percatarse de los indicios que podrían advertilrle de que está siendo víctima de una burla cruel. Se trata de una mujer que se gana al espectador desde su primera aparición: absolutamente decente, simpática, bondadosa y nada fea. Si no ha podido casarse seguramente ha sido por mala suerte o por la situación poco acomodada de su familia (ella nombra a su padre, oficial del bando franquista que tuvo la mala suerte de morir en los primeros días de la Guerra Civil). Todo nos indica que esta historia va a destruir lo único que le quedaba a esta mujer, su ilusión por el futuro, ya que en una  ciudad de provincias, los sentimientos personales no lo son todo, ni siquiera lo más importante. La reputación está por encima. Quien es estiquetado de una determinada manera, difícilmente va a ser capaz de quitarse ese estigma.   

Calle Mayor funciona también como una metáfora de esa España gris a la que he aludido antes, aburrida monótona, sin cultura y absolutamente machista. Es curioso que una película con este tono se base en una obra de teatro tan banal como La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches, un mero divertimento teatral con algunas gotas de ingenio, pero que poco tiene que ver con la obra de Bardem más allá de la inspiración argumental. Ni siquiera sus personajes denotan la más mínima profundidad, con ese lenguaje arcaico y presuntamente ingenioso que es norma entre todos ellos. No obstante, es interesante rescatar uno de sus diálogos, en el que uno de los personajes justifica esta cultura de la broma:

"La burla es conveniente siempre; sanea y purifica; castiga al necio, detiene al osado, asusta al ignorante y previene al discreto. Y, sobre todo, cuando, como en esta ocasión, escoge sus víctimas entre la gente ridícula, la burla divierte y corrige."

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