miércoles, 24 de junio de 2015

LA ÚLTIMA ESTACIÓN.

A principios del siglo pasado hacía ya tiempo que León Tolstói era poco menos que el santo patrón de Rusia, el orgullo nacional de aquel país, el escritor más leído y el más conocido fuera de sus fronteras. Además, como los santos auténticos, Tolstói quiso hacer de su existencia un reflejo de sus inquietudes filosóficas, por lo que fundó en su finca de Yásnaia Poliana una especie de paraíso utópico en el que se aplicaban los principios del movimiento tolstoyano, que comprendía la educación y el trabajo digno de los campesinos. Se trató de un movimiento tan popular como efímero, que prácticamente desapareció con la figura de su creador, seguramente porque la Historia, con la Revolución y la instauración del comunismo, lo dejó atrás, como objeto de curiosidad de los historiadores, pero sin apenas trascendencia práctica.

La película de Michael Hoffman, realizada para conmemorar el centenario de la muerte del autor de Guerra y Paz, recoge la crónica de los últimos días del escritor, unas jornadas al parecer muy agitadas, debido al permanente conflicto que mantenía con su mujer (una espléndida Helen Mirrer), que secunda a un Christopher Plummer perfectamente caracterizado como León Tolstói. Dicho conflicto tenía que ver con la cuantiosa herencia de un escritor que había vendido millones de ejemplares de sus obras. Sofía, que llevaba casada cuatro décadas con él, pretendía que la totalidad de los bienes pasaran a ella y a sus hijos. Tolstói tenía una perspectiva diferente, consecuente con sus ideas filosóficas y pretendía que una parte importante de la herencia pasara al pueblo ruso. Para presionar en este último sentido, la presencia permanente de Vladimir Chertkov, editor de la obra de Tolstói y devoto tolstoyano, era un constante insulto para Sofía, que lo veía como una especie de ladrón de lo que le pertenecía por derecho. 

Lo mejor de La última estación es la química entre los dos protagonistas, ese matrimonio cuya relación de amor-odio llena la pantalla, mientras otros personajes como Valentín Bulgakov, el joven secretario personal del escritor, intentan mediar para que la ruptura entre ambos no sea completa. Todo esto derivó en la fuga de un Tolstói ya enfermo, que acabó falleciendo en una estación ferroviaria cercana a Yásnaia Poliana, mientras periodistas de medios de toda Rusia retransmitían a sus periódicos, prácticamente en directo, detalles de la agonía de la gran gloria nacional. Todo este ambiente de pérdida irreparable está perfectamente reflejado en la realización de Hoffman, una película concebida sobre todo para el lucimiento de su elenco protagonista y que acierta en su pretensión de acercar la figura del gran escritor ruso al gran público.

1 comentario:

  1. joo que coraje me dio perderme la peli, lo que pasa es que se cruzó Blanca Portillo y claro me rendí a sus pies.

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