domingo, 10 de noviembre de 2013

FURIA, DE FRITZ LANG.

La carrera del Fritz Lang - uno de los directores de cine que cuentan en su haber con más obras maestras - puede dividirse en dos etapas muy bien diferenciadas: su etapa de cine de mudo, que realizó en Alemania bajo la influencia del Movimiento Expresionista, cuyo punto culminante fue Metrópolis (1927) (la primera película en ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), una especie de prefiguración del destino de la sociedad alemana si llegara a triunfar el totalitarismo en el país. Una de las anecdótas más curiosas de esta etapa se refiere a su película La mujer en la Luna (1929). Lang asegura que él fue el inventor de la cuenta atrás, esa secuencia de lanzamiento que fue adoptada universalmente cuando llegó la era espacial. A él simplemente se le ocurrió porque contar hacia atrás haría mucho más apasionante la secuencia del lanzamiento del cohete.

Hay algo paradójico en la obra de Fritz Lang. De ascendencia judía por parte de madre, fue uno de los directores más innovadores durante la etapa de la República de Weimar. Llegados los nazis al poder en 1933, estos prohibieron su película El testamento del doctor Mabuse, dado que su protagonista, un ser maligno que planificaba grandes golpes criminales en la sombra, podía confundir a la población alemana y socavar la confianza en sus líderes. No obstante, siendo Hitler un gran admirador de la obra de Lang (más de una madrugada dedicó el líder nazi al visionado de Los Nibelungos), Goebbels le ofreció la dirección de la UFA, para que se encargara de que se realizaran obras que enaltecieran la nueva Alemania. Esa misma tarde, Lang tomó un tren hacia Francia y posteriormente recaló en Estados Unidos, donde iniciaría la segunda etapa de su obra cinematográfica con Furia (1936).

Furia es hija de la obsesión del director con los totalitarismos, con esas ideologías de masas que anulan la voluntad del individuo y la ponen al servicio de un fin superior. Lang no solo había profetizado la llegada del nazismo a través de su obra cinematográfica, sino que había vivido en sus propias carnes la locura de la Primera Guerra Mundial (fue herido varias veces como soldado del ejército austrohúngaro) provocada por la locura extrema de los nacionalismos. Cuando las masas se someten a un poder superior y dejan de pensar por sí mismas, las pasiones vencen a la razón y cualquier locura colectiva es posible. En 1960 Elias Canetti publicó Masa y poder, un famoso ensayo en el que analizaba este fenómeno, concluyendo algunas características del fenómeno: que la masa siempre quiere crecer, admitiendo nuevos miembros dispuestas a seguir ciegamente sus objetivos, que en el interior de la masa reina una igualdad aparente (el mismo líder siempre se declara el primero entre iguales) y que quien no comulga con la masa sufrirá una exclusión social en diversos grados. El mismo Fritz Lang reflexionaba sobre este asunto en el magnífico libro-entrevista de Peter Bogdanovich, Fritz Lang en América:  

"Las masas pierden consciencia cuando están juntas, se convierten en turbas y ya no tienen consciencia personal. Cosas que ocurren durante un tumulto son la expresión de un sentimiento de masa, no son ya el sentimiento de individuos."

El héroe de Furia, como corresponde a una producción estadounidense, es un hombre corriente (Spencer Tracy), un ciudadano que intenta salir adelante honradamente con el objetivo de fundar una familia. Para ello elige la vía emprendedora y comienza a realizar su particular sueño americano inaugurando una gasolinera junto a sus hermanos. Todo parece ir bien, no hay obstáculos en la felicidad de Joe Wilson, pero el destino va a cruzarse en su camino cuando es confundido con un secuestrador y confinado en la comisaría de un pequeño pueblo. Poco a poco la noticia se va difundiendo entre los habitantes del lugar y, como suele suceder en estos casos, todo se tergiversa y el mero sospechoso se convierte en culpable de horribles crímenes. La justicia popular, que sustituye a la lentísima y corrupta justicia oficial tiene carta blanca para actuar. Wilson observa desde su celda como se va reuniendo cada vez más gente alrededor de la comisaría y los ánimos se exaltan hasta el punto de iniciarse un asalto masivo al edificio que termina en el incendio del mismo. Entonces se produce uno de esos milagros con los que de vez en cuando nos regala el cine: Lang homenajea su propia etapa expresionista y coloca los sentimientos de los personajes ante la cámara en una escena de una fuerza inusitada cuyo punto álgido son las imágenes del prisionero observando horrorizado cómo las llamas se extienden a su alrededor.

Después Furia se transforma en otra película, en la historia de una venganza propiciada por un personaje roto, que reniega de los valores que hasta entonces habían condicionado su existencia, utilizando para ello la misma máquinaria de la justicia en la que había creído antes de perder su inocencia de ciudadano integrado. Aquí el mensaje se complica magistralmente y Lang cuestiona contínuamente al espectador. ¿Es lícita la actitud del protagonista? ¿existe la misma responsabilidad en los que actúan dentro de una masa que en la actuación individual? ¿hubiera sido distinta la reacción del espectador ante los hechos si el protagonista hubiera sido, por ejemplo, un violador de niños? ¿sabríamos conservar nuestra individualidad en una situación parecida? Muchas de las preguntas son incómodas y aún más lo son las respuestas. No es lo mismo contemplar una escena desde la comodidad de una butaca que vivirla en la realidad, estar implicado en la misma. Una de las emociones más manipulables es el llamado sentido de justicia, que hace que la masa se sienta que es mucho más rápido y económico linchar a un individuo al que se supone culpable que probar dicha culpabilidad en un costoso y largo juicio. Visto todo esto, reflexionen acerca del espectáculo con el que nos obsequian las televisiones cada vez que surge un caso especialmente morboso, como el asesinato de una adolescente. La prensa y su sed de fabricar noticias sensacionalistas, también está presente en el film de Lang, así como la corrupción de los políticos. Pero sobre este tema en concreto hablaremos más profundamente cuando programemos otra obra maestra del cine norteamericano: El gran carnaval, de Billy Wilder.   

1 comentario:

  1. En el debate del viernes volvimos a un tema muy recurrente, lo que demuestra su interés.
    El miedo a ser condenado al destierro, físico o psicológico, a sentir el vacío respecto al grupo, a ser considerado de hecho persona no grata, es uno de los castigos más duros tal como lo entendieron los griegos, que lo tenían reglamentado con el nombre de ostracismo.
    Cuando en el interior de un grupo surge una amenaza, real o intencionadamente inventada, los individuos sienten un alivio si la respuesta se da colectivamente. La tensión y el temor pueden provocar que esa respuesta no sea racional, a la que el grupo exige adhesión inquebrantable bajo sospecha de traición.
    No cabe duda de la dificultad de mantener un criterio independiente frente a la presión colectiva, y la historia demuestra que puede ser el origen de nuestras mayores tragedias.

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